Lo que el mundo ha cambiado, por Alfonso S. Palomares

De la bipolaridad de EEUU y la URSS tras la Segunda Guerra Mundial al desarme nuclear, pasando por profundos cambios en Europa, el conflicto eterno entre Israel y Palestina y la irrupción de los países emergentes… hasta la Gran China.

 

Hace 30 años la configuración del mundo era bipolar; por un lado estaban los Estados Unidos de América con Washington como capital, y por el otro, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) con la capital en Moscú. Eran las dos grandes superpotencias y alrededor de ellas se movían la geopolítica y la economía mundial. Encarnaban dos sistemas opuestos, que por simplificación verbal se les llamaba comunista y capitalista. No buscaban la convivencia sino la destrucción del enemigo, porque eran enemigos, no adversarios. De ahí que vivieran en una permanente guerra fría entre ellos y guerras más o menos calientes a través de terceros países. Este orden mundial había nacido en el año 1945, fruto de la segunda Gran Guerra. Las dos superpotencias se habían lanzado a una carrera armamentista enloquecida, era la gran obsesión, buscar la hegemonía militar, cuyo ideal era encontrar un arma para borrar al enemigo. Ambos lograron parecidos éxitos y de ahí la paz basada en el equilibrio del terror, temiendo la mutua destrucción final. En 1982, hacía un año que Ronald Reagan había llegado a la Casa Blanca, diseñó una política neoliberal y apostó por un espectacular salto adelante en el rearme y en la agresividad de la política exterior. Había logrado consolidar un liderazgo fuerte en Washington. En Moscú sucedía todo lo contrario, ese año moría Leonid Breznev después de haber mantenido con pulso firme las riendas del poder a lo largo de 15 años. Pero no dejaba un líder claro y se desataron las luchas entre la gerontocracia del Kremlin. En tres años se sucedieron dos máximos dirigentes, Yuri Andropov y Constantin Chernenko. Los dos enfermos, mayores y con el liderazgo cuestionado. En los tres ritos funerarios, que despidieron en poco espacio de tiempo a esos líderes, pudimos ver moviéndose alrededor de los ataúdes una constelación de ancianos temblorosos, pero que seguían fieles a los viejos dogmas sin planteamientos de renovación, ni adaptación. Reagan quería exhibir su mayor capacidad bélica y lanzó su famoso programa: Iniciativa de Defensa Estratégica, más conocido como Guerra de las galaxias, un sistema de defensa y ataque basado en la Tierra y en el espacio con misiles balísticos nucleares intercontinentales. Con una evidente asfixia económica, la URSS no pudo responder a los desafíos estadounidense y se produjo un desequilibrio en la capacidad militar. Paralelamente en Polonia se habían desatado las huelgas de confrontación en los astilleros de Gdansk. No se trataba de simples problemas laborales, tenían una enorme dimensión política.

 

Solidaridad en Polonia. Liderado por Lech Walesa nació el sindicato Solidaridad, un sindicato católico en un país profundamente religioso. Desde Roma, el papa polaco Karol Wojtila alentaba a los sindicalistas cuyo objetivo final era acabar con el régimen comunista. Para ponerle freno, el régimen de Varsovia llamó a un militar político, el general Jaruzelsky para que controlara la situación, pero la situación se deterioraba cada vez más.

A mediados de los ochenta, Mijail Gorbachov se hizo con el poder en la URSS y al ver que la maquinaria no funcionaba pensó en plantear aperturas dentro del sistema y negociar programas de desarme con Reagan. Se negoció el desarme, pero desde posiciones diferentes que consolidaron la superioridad militar estadounidense. Hacia el interior, Gorbachov puso en marcha la llamada Perestroika, que significa restructuración, con la que pretendía llevar a cabo profundas reformas para desarrollar una nueva estructura de la economía. Trataba de reorganizar el sistema socialista para poder salvarlo. Se planeó un esquema productivo menos centralizado al mismo tiempo que se luchaba contra la corrupción, el absentismo laboral y el alcoholismo. El objetivo final era llegar a una liberalización económica y librar  las estructuras productivas y mercantiles de sus burocracias de paquidermo. Al mismo tiempo que la Perestroika se puso en marcha la Glasnost, que significa transparencia, lo que significaba abrir los medios a la libertad de expresión y de opinión. Los aires de la libertad se extendieron por los territorios de las repúblicas soviéticas y por los países del este de Europa calificados de satélites. En este ambiente se produjo un acontecimiento inesperado que iba a romperle la columna vertebral a los ritmos de la historia. La noche del 9 de noviembre de 1989, millares de berlineses tomaron el muro de 45 kilómetros que dividía la ciudad y con martillos, piquetas y las propias manos lo derribaron. Fue la noche de la libertad, el día en que cayó el Muro de Berlín, que no cayó sino que lo derribaron. Fue algo así como la toma de la Bastilla para los revolucionarios franceses. En medio de los abrazos y los gritos de celebración se preguntaban cómo sería el futuro. Para el canciller Kohl era difícil dar una respuesta exacta, los hechos habían sucedido con la rapidez de un zigzag y por eso estaba más entregado a la emoción del presente que a la definición del futuro. El muro que despedazaron era la metáfora del derrumbe y la destrucción interna que se venía produciendo en la URSS y en el resto de los países comunistas. En su despacho del Kremlin, Gorbachov tomó la decisión de no intervenir, a pesar de que algunos exponentes de las fuerzas del Pacto de Varsovia lo plantearon. Las fichas de dominó habían comenzado a caer.

 

Fin del comunismo. La Perestroika y la Glasnost, y el realismo de Gorbachov y otros dirigentes, contribuyeron a que el desplome del comunismo no se convirtiera en una tragedia de dimensiones apocalípticas. Gorbachov y el comunismo salieron de la historia en agosto de 1991. La URSS se desmembró en las diferentes repúblicas que la formaban y surgió en el paisaje Rusia, la antigua y permanente Rusia.

Había llegado el fin de la bipolaridad, y desde los ojos de Washington nacía la unipolaridad que tenía como deriva la consideración de los Estados Unidos como única superpotencia. Los profetas del optimismo yanqui tuvieron la máxima expresión en el politólogo Francis Fukuyama, que en su libro, El fin de la historia, anunciaba el triunfo de la mundialización liderado sin cortapisas por Estados Unidos. Las cosas no siempre son como se sueñan, y ahora no se están desarrollando como las soñó Fukuyama. Al mundo bipolar le sucedió el unipolar, y al unipolar le está sucediendo un variado paisaje multipolar. El hundimiento del comunismo estimulaba a hombres como el presidente de la Comisión Europea, Jacques Delors, al canciller Kohl, a los presidentes Mitterrand, González y otros a abrir una nueva etapa en el proceso de unión de los pueblos y las naciones de Europa. Firmaron el Tratado de Maastricht, que certificaba el nacimiento de la Unión Europea orientada hacia el progreso social y económico mediante la creación y el establecimiento de una unión económica y monetaria que incluía la adopción de una moneda única. Era la mayor cesión de soberanía desde el Tratado de Roma. Los avances políticos se concretaron en la ciudadanía europea, por la cual compartimos un espacio libre por el que podemos circular sin trabas fronterizas. Fueron los años conocidos como de la gran galopada, en los que se soñaba con una federación política, y en Alemania Kohl decía que quería una Alemania europea y no una Europa alemana. Después del rechazo de la Constitución europea, hoy las cosas han cambiado y la señora Merkel quiere germanizar Europa. A la gran galopada le sucedió la gran frenada, bloqueando el camino hacia los Estados Unidos de Europa. La crisis financiera nos está golpeando con fuerza y no hay un diseño europeo para salir de ella. Europa se ha convertido en una vieja y decadente dama, carente de todo romanticismo.

 

Países emergentes. Lo más llamativo de las tres últimas décadas es el gran retorno de Oriente al concierto político y económico mundial, con China como gran estandarte, sin olvidar la India. El Asia Oriental y Meridional recupera de este modo la plaza que tenía antes de la revolución industrial europea. En China, después de la muerte de Mao y aplacados los ecos de la enloquecida revolución cultural, apareció la figura de Deng Xiaoping, que puso la base de la modernización y el desarrollo económico. Con un crecimiento medio del 10% anual, se convirtió en la segunda potencia económica mundial y en la más saneada. Combinó algo que parecía imposible: el comunismo férreo como base de la organización política y el liberalismo salvaje en la producción y el comercio. Esta combinación produjo éxitos económicos indudables, pero también frutos envenenados como la liquidación de los derechos humanos y las enormes diferencias en la distribución de las rentas, así como la marginación de los campesinos. Unos 300 0 400 millones de chinos disfrutan de un alto nivel de vida, pero casi 1.000 millones están fuera de los circuitos del bienestar. Hay levantamientos y descontento, el próximo congreso del Partido Comunista, en octubre, lleva estos problemas en su orden del día.

El conflicto más venenoso del mundo, el que enfrenta a Israel con Palestina, sigue enquistado. La Conferencia de Paz de Madrid, en 1991, que dio paso a los tratados de Oslo, no dio los frutos deseados de dos pueblos, dos Estados. Por la naturaleza de los dos pueblos enfrentados tiene una proyección perturbadora mundial. Entre los objetivos del Gobierno iraní de los ayatolás figura la destrucción de Israel, por eso las maniobras por dotarse de una fuerza atómica encuentran serias resistencias en Washington, Europa y por supuesto, en Israel.

Hace más de un año surgió la Primavera árabe, la revuelta de los pueblos contra las tiranías. Cayeron Ben Alí en Túnez y Mubarak en Egipto y asesinaron a Gadafi en Libia tras una guerra apoyada por la OTAN. En Siria El Assad aplasta a su pueblo en un ejercicio brutal de barbarie. El alma de aquella primavera que se levantó con el sonido laico de la libertad, ahora está dominada por el islamismo. En Iberoamérica se ha consolidado la democracia después de la época de los golpes militares, y Brasil es una de las potencias emergentes, mientras en Cuba, tras 50 años de dogmatismo, hay señales de fin de reino con la desaparición de los Castro. África sigue en la cuneta de la historia, expoliada en sus materias primas.

La crisis del sistema financiero condiciona a Occidente. Nadie conoce los caminos de salida. Estamos en un remolino de incertidumbres, mientras Putin, adulterando elecciones, juega a ser el zar de la nueva Rusia. Inquietante paisaje.