Lo que España ha cambiado, por José Oneto

Comenzó como un suplemento político de ‘Interviú’, pero el 17 de mayo de 1982 ‘Tiempo’ salía a la venta en solitario para adquirir el estilo, talante y fórmula que la han mantenido como la primera revista de información general del país.

 

El 17de mayo de 1982, hace ahora 30 años, aparecía, por primera vez en los quioscos, la revista Tiempo. Ese mismo día, de ese mismo mes, por un simple azar del destino, salía también a la calle el primer libro sobre el juicio militar contra los golpistas que, meses antes, el 23 de febrero de 1981, habían asaltado el Congreso de los Diputados, secuestraron al Gobierno e intentaron imponer en España una junta militar, presidida por Jaime Milans del Bosch y Ussía, capitán general de Valencia.

El libro (La verdad sobre el Caso Tejero. El Proceso del Siglo. Editorial Planeta) estaba firmado por este cronista, director entonces de Cambio 16, y el semanario que aparecía por primera vez en los quioscos, para convertirse precisamente en la gran competencia de Cambio 16, lo dirigía Julián Lago, un periodista procedente de la factoría Zeta, el grupo de comunicación que Antonio Asensio había fundado en Barcelona y que estaba destinado, especialmente tras su acceso a la televisión privada (Antena-3), a convertirse en uno de los grupos periodísticos de referencia del país.

Los cuatro primeros presidentes de la democracia.

El nuevo semanario había venido apareciendo, durante meses, como un suplemento político de la revista Interviú hasta que, ese mes de mayo de hace 30 años (el mes del juicio del 23-F), se desgajó del claustro materno para adquirir, según su editor, Antonio Asensio, su propia autonomía, su estilo, su talante y su fórmula, que le han mantenido, hasta hoy, después de muchos avatares, como la primera revista de información general de nuestro país.

En la portada del número 1 de Tiempo aparecía un dibujo con la cara de Felipe González jovencísimo y un título significativo: Si Felipe falta… Era el 17 de mayo de 1982. Seis días más tarde el partido de Felipe González alcanzaría el poder en Andalucía y todavía, 30 años después, no lo ha abandonado, porque el PSOE ha vuelto a ganar en las elecciones del pasado mes de marzo y ha formado Gobierno en coalición con Izquierda Unida.

De esta forma, era inevitable que el nacimiento de Tiempo estuviese marcado por el huracán socialista. De las 30 primeras portadas, siete tuvieron como protagonista al partido de Felipe González. El segundo tema más repetido fue, y también era inevitable, el del juicio a los golpistas del 23 de febrero.

 

El cambio. Cuento esto porque el fallido golpe de Estado, y el complicado juicio militar contra los golpistas, condicionaría la vida política del país, el mandato del entonces presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo-Sotelo, y, al fin y al cabo, sería decisivo en el aplastante triunfo electoral del partido socialista, por más de diez millones de votos, en octubre de ese mismo año. Mayo de 1982, cuando aparece el primer número de Tiempo, es el inicio, de hecho, del cambio en España. El año anterior, días antes del golpe de Estado, Adolfo Suárez, el primer presidente del Gobierno elegido democráticamente, presenta su dimisión al rey Juan Carlos. Le sucede Leopoldo Calvo-Sotelo, que tiene que enfrentarse con una situación militar imposible, que tiene que llevar adelante, con todo tipo de condicionamientos, el juicio contra los golpistas, que tiene que reconducir el tema autonómico y que cree que la entrada del país en la Alianza Atlántica, hecho que se produce también en ese mes de mayo de hace 30 años, es la auténtica vacuna contra futuras aventuras golpistas.

Lo explicaba para Tiempo el propio Calvo-Sotelo. En 1982 la generación de Unión de Centro Democrático (UCD) y de Adolfo Suárez dio paso a la de Felipe González y a la del PSOE, en 1996 toma el relevo la generación de Aznar y del Partido Popular. Nadie daba un duro en la noche electoral por Aznar y por el PP, pero el Gobierno obtiene resultados muy buenos en economía, en la concertación social, en la convergencia con la Unión Europea, en la cooperación en la lucha antiterrorista y en la colaboración de los nacionalistas moderados a la gobernación de España.

Como digo, este cronista, entonces dirigía la que era, sin duda, la primera revista política del país, Cambio 16, y desde el principio, en cuanto tuve en mis manos el primer número de la revista que iba a ser la competencia, me di cuenta de que la nueva publicación que estaba en los quioscos era, después de muchos otros intentos fallidos, entre ellos uno muy costoso del Grupo Prisa que llevaba el pomposo nombre de El globo, una auténtica competencia para el semanario que había encarnado, durante muchos años, el espíritu de la Transición.

Su buena factura, su descaro, su afán por la investigación periodística y la denuncia hacían de ella, desde el número uno, un producto atractivo y, también, renovador.

 

Fenómeno periodístico. Este cronista, entonces, ni se imaginaba que, años más tarde, Antonio Asensio le llamaría para dirigir la que era, para él, una de sus publicaciones emblemáticas del Grupo Zeta, que Tiempo se convertiría en un auténtico fenómeno periodístico y que, 30 años después, a pesar de la crisis del papel y, especialmente de los semanarios, siga siendo, ahora, con todos los problemas de la crisis económica y la publicidad, la primera revista de información general en un mercado que, probablemente, habrá necesariamente que reinventar, si lo permite Internet.

Mi salida de Cambio 16 y mi fichaje por Tiempo lo cuenta el propio semanario en un número especial y cuyas líneas reproduzco no sin cierto rubor: “Fue un golpe de mano espectacular. De un día para otro se sentaba en el despacho del director (de la segunda redacción en el Paseo de la Castellana, a la tercera y definitiva en la calle O’Donell) nada menos que quien dirigiera la publicación rival. El fichaje de Pepe Oneto fue el paso decisivo, porque Oneto se trajo, además de su flequillo rubio ‘por su propia naturaleza permanente e inalterable, como los principios del Movimiento’, según escribió un humorista, toda su credibilidad y todo su prestigio”.

La primera cover story de Tiempo ya giraba sobre la sucesión de Felipe González, una sucesión que realmente fue difícil y que por circunstancias de la vida, 18 años más tarde, cayó en la persona de José Luis Rodríguez Zapatero. Si Felipe falta…

Pero Felipe no iba a faltar. Iba a estar en el poder nada más y nada menos que 14 años, a pesar de los numerosos casos de corrupción que marcaron su etapa final, a pesar de la guerra sucia contra ETA, que estuvo a punto de llevarle a prisión, y a pesar del agotamiento político de un partido que parecía totalmente huérfano sin el líder que, prácticamente desde cero, les había llevado a la conquista de un poder que parecía que iba a ser eterno.

Esa conquista del poder se produce en 1982. Después vendría la expropiación de Rumasa, la puesta en marcha de la reconversión industrial, la preparación del país para entrar en Europa, el gran cambio económico gracias a los fondos estructurales de la Comunidad Económica Europea.

Los sucesivos gobiernos socialistas ponen las bases de lo que iba a ser la primera gran transformación económica de España, asumen el coste de la reconversión industrial, afrontan importantes reformas pero, al final, y lo reconoce en su momento el entonces todopoderoso ministro de Economía Carlos Solchaga, olvidan el control presupuestario, orientado por una gran ambición de mantener el déficit y embarcados, como estaban, en grandes inversiones públicas y proyectos faraónicos, sin imaginarse siquiera que en el año 1992, en plena euforia por la Exposición Universal de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona, entraríamos a las puertas de la primera gran recesión económica.

 

Escándalos. 1991 es el año en que dimite el vicepresidente del Gobierno Alfonso Guerra, por los escándalos de corrupción de su hermano Juan, y el año en que se rompe ese tándem entre Felipe y Alfonso, que nunca más se recompuso. Guerra es sustituido en la vicepresidencia por Narcis Serra, en una operación sucesoria que no termina de llevarse a cabo, pero que está relacionada con esa primera portada de Tiempo para el caso de que Felipe falte o tire la toalla.

Si la década de los ochenta es la década de la consolidación del PSOE como el gran partido que protagoniza la vida política nacional, ante una crisis de la derecha que se ve obligada a prescindir de Manuel Fraga como líder natural para apostar por una nueva generación que encarna José María Aznar, la década de los noventa es, también, la década de los grandes escándalos económicos. La década en la que Mario Conde desempeña un papel político fundamental en su intento de lanzarse a la política en una operación similar a la que años más tarde articula en Italia Silvio Berlusconi.

Esa primera década fue, como digo, la década de los GAL, de Filesa, de Juan Guerra, de las locuras de Ruiz-Mateos, del orgullo y pasión de Mario Conde. La década de la caída del Muro de Berlín y, tras él, el inevitable efecto dominó, la de los partidos comunistas europeos, que tuvieron que convertirse -también el español- en otra cosa. La del golpe de Estado de Gorbachov, la primera guerra del golfo y, finalmente, la de la decadencia y caída de Felipe González.

Luego vendría el Aznarato (1996-2004), la guerra de Irak, que le costaría a José María Aznar salir de La Moncloa por la puerta de atrás después de una primera legislatura relativamente brillante y una segunda, ya con mayoría absoluta, llena de contradicciones y prepotencia. Fue la década también de la alegría económica, del boom inmobiliario, de la entrada del país en el euro, de los grandes proyectos, los grandes aeropuertos, las grandes autopistas, de la presencia en Latinoamérica de los grandes bancos y grandes empresas españolas, del resurgir de la marca España y del éxito mundial del deporte español. El Aznarato dio paso, después del mayor atentado que se ha producido en Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial, el 11 de marzo de 2004, en el año 2004, a la era de José Luis Rodríguez Zapatero, que, al igual que la era Aznar, tuvo una primera legislatura llena de éxitos y de proyectos de ampliación de derechos y una segunda abundante en tropiezos, que coincide además con la mayor crisis económica mundial desde el crack del 29, algo que un Zapatero visionario y alejado de la realidad se niega a admitir, disfrazando la crisis con todo género de excusas.

Y, a punto del rescate económico, con un país con la mayor tasa de paro de toda la Unión Europea, con un sistema financiero al borde del colapso, gana las elecciones el 20 de noviembre de 2011 Mariano Rajoy, el sexto presidente de la democracia española.