Lo que la gente ha cambiado, por Jesús Mariñas

Han sido 30 años de cambios con los nombres de siempre, pero lo que sí ha cambiado, y mucho, es la relación con esos seres populares, antes cálida y estrecha, casi confidente, y ahora, fría, distante y a tanto la exclusiva.

 

Es como si no hubieran pasado 30 años. Seguimos como estábamos con pocos cambios: de Isabel Preysler a Isabel Preysler. De Pantoja, hoy encausada, a Pantoja ocupando portadas ya en plan abuela Cebolleta. De Vargas Llosa a Vargas Llosa. De Raphael a Julio Iglesias. Hasta siguen muchos políticos, incluso financieros como Rodrigo Rato, entonces infelizmente casado por la santa, católica y apostólica Iglesia de Roma, que en enero del 98 aseguraba en nuestras páginas: “Estamos dando a España confianza en sí misma”. Si acaso varió el tratamiento a las reales personas, algunas bastantes cuestionadas por el caso Urdangarin.

Cambió, claro, el estatus de la infanta Elena y la pertinaz soltería del Príncipe, hoy padre de dos niñas como muñecas, tras angustiarnos durante años con Isabel Sartorius (actual por la demoledora biografía de su madre, error tremendo que no interesa mucho, porque es tarde y mal), con Gigi Howard y con una impresentable Eva Sannum que escandalizó a doña Sofía, copa de coñac en mano, durante un casorio en Oslo. El romance fue cortado de manera fulminante o real orden llevándose por delante a Fernando de Almansa como jefe de la Casa Real sin llegar a ser el temido Pepito Grillo que supuso un siempre controlador Sabino Fernández Campo. Murió oficialmente guillotinado por su celo protector.

Eran los tiempos sin claroscuros públicos donde el monarca celebraba su onomástica recibiendo festivamente a más de 600 invitados engalanados -nunca faltaba Encarna Sánchez, otra resucitada- alternando con folclóricas de pro o lo que se conoció como beatiful people, compuesta por más interesados que interesantes nuevos ricos, como Mario Conde, Manuel de la Concha o José María Amusátegui, además del manipulador Manuel Prado y Colón de Carvajal, o el defenestrado Javier de la Rosa, que en Montecarlo organizaba campeonatos de golf con Rainiero y Grace, siempre pasando por taquilla como el resto de aquella familia principesca tan aficionada al trinqui. Época en que Marta Chávarri, sobrina de Natalia Figueroa, arrancaba sudores y apetencias cárnicas de Ramsés Trujillo, a quien frenaba su madre, la impagable Lita. Marta provocaba receñida en vaqueros que hicieron historia como los vaivenes sentimentales que rompieron su matrimonio con el marqués de Cubas -hasta hace poco, nuevamente casado con la estupenda Esther Koplowitz, ejemplo de discreción y refinamiento- mientras su hermano Carlos se unió casi fugazmente a una Isabel Preysler que en estas décadas ha mantenido su liderato en la jet set y, entonces, (¡qué tiempo tan feliz!) componía trío, y así lo reseñó un Tiempo del 89, con Carmen Rossi y su íntima Carmen Martínez- Bordiú, que protagonizó un escándalo mayúsculo al huir a París, abandonando a sus hijos, con el anticuario francés prodigio de buenas maneras. Hoy es señora de Campos en su retiro casi pastueño de Santander.

 

El “hey” de Julio Iglesias. Aunque rebajó su papel de nietísima preferida y habitual de ¡Hola!, ahora anuncia la dieta de la alcachofa porque le cuesta vender sus viajes exóticos a paraísos lejanos. Con Preysler, que era su vecina y confidente, compuso una pareja inquietadora de calmas hogareñas en el posfranquismo cínico, pacato y cobarde. Causó muchos impactos emocionales, escocida como quedó Isabel tras abandonar a Julio Iglesias. Esa despedida, hecha con la alevosía de un teléfono en la distancia, orientó las canciones del semigallego (“un canto a Galicia, hey, terra do meu pai”) a un lloriqueo bien encauzado que lo hizo internacional. Aún colea aburguesado con la aparentemente plácida Miranda, padres de cinco hijos “de exposición”. Dentro de un mes, Julio actúa en el Liceo barcelonés, tampoco es lo que fue, en el medio siglo artístico de Montserrat Caballé, su estrella indiscutible, como Plácido Domingo es insustituible en el Real.

Compusieron la corte de amor, y también de desamor, en una España adicta a la copla que tuvo en Ibiza atisbos de modernidad azuzados por lo ad-lib, con aniversario a final de mes, montado por la princesa Smilja con el dinero y la generosidad de Abel Matutes. Fijos de aquel tiempo más feliz fueron Polanski y una Ursula Andress de insuperable chica Bond, comparable a una Sofía de Habsburgo animando el estatus español de bellezones donde figuraron Marisa de Borbón, con hija que no se le parece, Carmen Posadas y una Carmen Cervera poniendo derecho al barón Thyssen.

El reemplazo circunstancial y contemporáneo tiene los nombres y el encanto de Paloma Cuevas, Paula Echevarría, Alejandra de Rojas. Su madre, condesa de Montarco, era lo más chic junto con Aline Romanones, aún en la brecha y vendiendo sus enormes esmeraldas, parece que a la aireada princesa Corina, y una duquesa de Alba rompiendo esquemas al unirse a Jesús Aguirre. Fue un intelectual que rompió moldes con su libertad sexual siempre desmentida, rebote del sacerdocio y siendo hijo de una soltera cántabra, algo que parecía merecedor del infierno. La marquesa de Llanzol y los duques de Arión protegieron el inesperado romance que hizo temblar Liria como el de octubre pasado, cuando ya viuda del cura filósofo, Cayetana, con 85 años, se casó con un romántico funcionario de la Seguridad Social, Alfonso Díez. Con 20 años menos que Cayetana, el guaperas tercer duque consorte fue decisivo cuando la animó a hacerse una operación que la puso nuevamente de pie tras meses postrada en una silla de ruedas. Le dio el impulso ilusionado de una veinteañera, aunque puso al borde del infarto a los hijos de la aristócrata que siempre se puso el mundo por montera.

 

Saritísima y ¿El último cuplé? Hoy son felices, comieron perdices e igual nos sorprenden de nuevo con un hijo, quizá elaborado con medios técnicos usados para críos que encandilan lo mismo a Ricky Martin o a la parejita de Miguel Bosé. Aquí sí se ven los avances y el cambio de mentalidad de una España de Frascuelo y de María lanzada en salir del armario, el rosario o la sacristía. Pionera en esto de prohijar fue Sara Montiel, eternizada desde El último cuplé que la internacionalizó más que trabajar con Burt Lancaster. Él no podía verla en su retraimiento sexual; ella fue fogosa hasta con los también escamantes Marlon Brando y James Dean, a los que hacía desayunar huevos con puntilla.

Permanece como nuestro gran mito cinematográfico, por encima de Penélope, el impresentable Bardem, que vetó a la prensa rosa al presentar un documental sobre el Sáhara. Sería comprensible en caso de coherencia, pero ¿no fue ¡Hola! quien publicó la exclusiva de su primer hijo? Les conviene aclararse, máxime cuando Eduardo Jr. es carne de cañón por su bien explotado romance con una Eva Longoria realmente desesperada. Encabezados por un Antonio Banderas que no hace desprecios a España y nos defiende donde va, montan en Marbella habitual alfombra roja veraniega repleta de vips intentando revivir noches únicas animadas por Lola Flores, el inconmensurable Antonio, luego rechazado por descubrir presuntas intimidades con Cayetana, Carmen Ordóñez, primero con Paquirri y luego enganchada a Antonio Arribas de Los Choris, continuando con Julián Contreras, Beni de Cádiz y demás palmeros ocasionales en una capital donde no se ponía el sol. Su reinado era bicéfalo entre Alfonso de Hohenlohe y Jesús Gil, antes de que irrumpieran Julián Muñoz y el extenso resto de malayos ahora enjuiciados.

Por sus fiestas se dejaban ver desde Sean Connery a Deborah Kerr; luego sustituidos por Andrés Pajares, Yola Berrocal, Espartaco Santoni y el fogoso Dinio, hoy estrella de espectáculos porno. Luego se incorporó Belén Esteban tutelada por Cristina Blanco, que lo mismo entontecía al árabe más adinerado que estremecía a José María García en su retiro desintoxicador del hoy embargado Incosol creado por el marqués de Villaverde mucho antes de que Camilo José Cela me aporreara la cara. Fue un puñetazo que nunca le agradeceré bastante. Se molestó porque descubrí la incapacidad embarazadora de Marina Castaño. Con el tiempo me pidió perdón. Pero gracias a menda fue portada de ¡Hola!, lo que no había logrado con el premio sueco.

Marbella también fue pasarela exhibidora de Cantudo, Bárbara Rey y demás bellezas de segunda fila. Nada que ver con los esplendores sociales montados por Rafa Lozano con Lady España, siempre rivalidad y punto para el destaque, como en la tele lo hicieron Íñigo (otra vez en el candelero por bueno y eurovisivo, hoy como ayer), Laura Valenzuela o Marisa Medina reemplazadas hoy por Jorge Javier Vázquez, la abulia de Belén Esteban, el buen hacer profesional de Jordi González o la seriedad matinal de Ana Rosa Quintana y Susanna Griso. O la dominical de María Teresa Campos, siempre magistral. Lo bueno permanece aún con renovaciones lógicas, no conviene estancarse; de ahí las caras nuevas, como Sara Carbonero, Eva González, Tamarita y Genoveva arrulladas por las cadenciosas nostalgias de Julio Iglesias, la perennidad vocal de Raphael, nuevamente arropado por Manuel Alejandro, autor de sus primeros éxitos como Yo soy aquel, que la Jurado cantó como nadie o Miguel Poveda renovando el aire de los más grandes.

¿Cambios? Los nombres de siempre como base, columna, raíz y cimiento de una época, aunque las alfombras rosas han sido sustituidas por rutinarios photo call casi de poses uniformantes donde el famoseo va, actúa y forma filas a las órdenes de alguna marca pudiente y de moda. Por aquello de comprar y vender exclusivas, hemos perdido la relación antaño estrecha, cálida o fraternal con los seres populares. Nos sentíamos amigos. Comprendíamos sus penas. Callábamos y nos hacíamos cómplices. Compartíamos alegrías y éxitos. Todo eso pasó a la historia y en eso, como por mí, sí que han pasado treinta años. Bien que lo siento.