El 17 mayo de 1982 nació ‘Tiempo’, el semanario de información general líder en España y en cuyas páginas se ha escrito buena parte de la historia reciente del país. El periodista Luis Algorri repasa los 30 años de la revista.
El semanario Tiempo, que ahora cumple 30 años, tuvo un nacimiento no tanto complicado como largo. El lunes 17 de mayo de 1982, cuando los españoles pudieron ver en los quioscos la primera portada de aquella nueva publicación (fondo azul celeste y un retrato dibujado del líder de la oposición socialista, Felipe González, con Pablo Iglesias en segundo término), los lectores atentos ya estaban familiarizados con el nombre Tiempo de política. Lo llevaban viendo desde hacía casi un año (junio de 1981), en forma de separata, en el corazón de la revista Interviú.
Era la España de la Transición o, si hay que hacer caso a los historiadores más meticulosos, de la postransición a la democracia. Los ciudadanos hablaban de los grandes escándalos que nunca antes les habían contado, hablaban también de sexo (y lo consumían con alegre voracidad, después de décadas de represión nacionalcatólica) y, desde luego, discutían de política como nunca antes desde el final de la Guerra Civil.
Desde la muerte del dictador Francisco Franco hasta aquel lunes 17 de mayo de 1982, los españoles habían sido convocados a las urnas nada menos que 15 veces entre referendos y elecciones generales, regionales, provinciales o municipales. Se habían sucedido ocho gobiernos nacionales, tres presidentes, una Constitución, la trabajosa pero rápida transformación de la dictadura en democracia parlamentaria y un golpe de Estado que había devuelto a los ciudadanos la conciencia turbia del miedo. Antonio Asensio Pizarro se dio cuenta de qué era lo que demandaba la gente en los quioscos y decidió que aquella separata política impresa casi nada más que en blanco y negro tenía un futuro muy prometedor como publicación independiente. Y encargó al añorado Julián Lago (falleció en Paraguay en 2009) que formase una redacción. Había muy poco dinero: apenas tres millones de aquellas pesetas, unos 18.000 euros de hoy, que daban apenas para un mes; también mucha ilusión y un nuevo nombre: Tiempo de hoy.
El primer director. Lago era un vallisoletano de apenas 35 años que llevaba mucho tiempo vinculado al Grupo Zeta. Estaba en el Congreso de los Diputados cuando entró Tejero pegando tiros; era un respetado analista que había ocupado la subdirección de El Periódico de Catalunya, una de las grandes columnas sobre las que se asentaba entonces el grupo de medios de Antonio Asensio. Nadie como él para poner en marcha un nuevo semanario cuyo objetivo fue, desde el principio, no solo hacerse sitio en el quiosco sino desbancar de la cumbre a la todopoderosa Cambio 16, una revista semanal que había sido, en los estertores de la dictadura y en la Transición, no solo un medio de comunicación sino un evidente protagonista de la acción política, como sabía mejor que nadie el último presidente del Gobierno franquista, Carlos Arias Navarro.
Lago dejó la delegación del Grupo Zeta en Madrid (en la calle del Potosí), que era donde se había estado elaborando la separata inicial; se instaló en un despacho de la madrileña calle de María de Molina (lo que los compañeros llamaban, no sin mala uva, “el piso franco”) y empezó a entrevistar a gente. Se quedó, al principio, con nada más que media docena de personas, que cuando salió el número 1 de la nueva publicación eran ya 19. Pero puede decirse que allí quedaron claras por primera vez las que habían de ser las características constantes e indelebles de Tiempo hasta hoy mismo: absoluto respeto a los hechos, defensa intransigente de los principios democráticos, independencia del poder político (lo ocupase quien lo ocupase) y pluralidad en las opiniones. Si el nuevo semanario quería ganarse un prestigio duradero, debía dejar claro desde el principio que su tiempo era el futuro y no el pasado; no podía adscribirse a ninguna facción ni a ningún partido, debía mantener una fiabilidad informativa sin la menor grieta y había de reunir en sus páginas las firmas de los mejores protagonistas de la sociedad española, fuese en el ámbito que fuese.
Esa es la fórmula que se ha mantenido hasta hoy. Y ya en el primer consejo asesor del nuevo semanario había de todo: desde conspicuos rojos, como se les llamaba entonces, hasta obispos y generales.
Antonio Asensio Pizarro (derecha) junto a Enrique Tierno Galván,
alcalde de Madrid, durante la fiesta de presentación del primer número de la revista, que tuvo lugar en el hotel Meliá Castilla de la capital.
La primera redacción. La primera plantilla de Tiempo la formaron apenas 30 personas que ocupaban el séptimo piso del que entonces era el número 184 del paseo de la Castellana: un edificio de color gris claro y 11 plantas, muy próximo a la plaza de Castilla, en cuyos bajos hay hoy una sucursal bancaria, una tienda de ropa de caballeros… y una sauna-bar que, a pesar del paso de los años, casa bien con la intensa actividad volcánico-sexual que experimentaba buena parte de los españolitos de entonces.
El primer número de Tiempo puso una sonrisa algo sardónica en la cara del entonces presidente, Leopoldo Calvo-Sotelo. Junto a las imágenes de Felipe González y Pablo Iglesias, el titular era: “Si Felipe falta…” Es decir que, en mayo de 1982, aquellos nuevos periodistas no se preocupaban ya de lo bien o mal que pudiera irle al entonces jefe de Gobierno, que llevaba apenas 14 meses en el cargo; lo que les preocupaba era quién podría suceder al que, según todas las encuestas, iba a sucederle a él. Visión de futuro se llama eso, porque aquella primera portada habría tenido sentido también 14 años después. Que fue cuando faltó Felipe. De todas maneras, y por lo que pudiera tronar, Calvo-Sotelo mandó a seis ministros (y si no los mandó él, al menos allí estaban) a la multitudinaria presentación del nuevo semanario.
La revista se lanzó con la hoy inimaginable cifra de 400.000 ejemplares. Se afianzó rápidamente y, a finales de 1982, estaba claro que Tiempo era un éxito. Julián Lago estuvo atento a lo que preocupaba entonces a la sociedad. En primer lugar, el largo juicio del 23-F, ante cuya primera sentencia (hubo una militar y otra civil, esta a instancias del Gobierno, que recurrió con energía la primera) se adoptó una actitud muy valiente. También estaban el altísimo paro y el azote de la entonces activísima mafia vasca: ETA había asesinado a 15 personas solo entre la Nochevieja anterior y aquel lunes, 17 de mayo, en que apareció el nuevo semanario; acabaría matando a 41, nueve más que el año anterior y dos menos que el siguiente. Eran los que recibieron el triste nombre de años de plomo.
También ocuparon numerosas portadas el desmoronamiento político de Adolfo Suárez y la implosión de UCD, las tramas de la extrema derecha, la vida y milagros del político de moda (González, que alcanzaría el poder ese mismo año) y, muy significativamente, la Casa del Rey. Lago demostró una gran atención a la figura del Príncipe, por entonces un adolescente. Lo mismo puede decirse de alguien que se hizo famoso un 23-F (el de 1983) y que, desde entonces, no se ha bajado del candelabro: el inexorablemente calificado de “empresario jerezano” José María Ruiz-Mateos. De alguna manera había que llamarlo.
Pero las dos grandes exclusivas que dio Tiempo en la época de Julián Lago fueron, en primer lugar, la de la compra de los 72 cazas F-18, que trajo a España un tsunami de suculentas comisiones, y, sobre todo, la primera entrevista que la reina Sofía concedió a un medio español. Fueron 60 preguntas que hizo el propio director y que se publicaron el 16 de junio de 1986. Frases para la historia: “Si no hay altibajos, no hay vida. Aun queriéndose mucho, de vez en cuando hay contradicciones. La verdad es que pocas”.
A la cabeza. Antonio Asensio Pizarro sabía que Tiempo estaba en condiciones de consolidar el recién alcanzado liderazgo entre los semanarios de información general españoles, y sabía cómo hacerlo: la clave estaba en convencer al mejor para que se pusiese al timón, y ese era José Oneto Revuelta, gaditano que tenía 45 años en 1987 y que durante década y media había sido el alma informativa de la publicación competidora de más éxito, Cambio 16.
Esta imagen corresponde a 1987, cuando Antonio Asensio Pizarro, en el centro, anuncia a la redacción la sustitución de Lago (dcha.) por Oneto.
Asensio convenció a Oneto y fichó a quien, hasta poco tiempo atrás, había sido general de los adversarios. Con su llegada a la dirección de la revista, en junio de 1987, se produjeron en Tiempo dos cambios fundamentales. El primero fue el traslado de su redacción (y de todo el Grupo Zeta en Madrid) al por entonces nuevo y reluciente edificio de la calle de O’Donnell. Allí acabaron por pasar a la historia las últimas máquinas de escribir, los últimos tipómetros y tiras de letraset: apareció la informática y el semanario se adaptó, como todos los medios escritos de entonces, a las que en aquellos años eran “nuevas tecnologías”.
Pero el segundo y más importante de los cambios fue la ampliación del concepto de revista que tan brillantemente había pilotado Julián Lago. Tiempo dejó de ser un semanario estrictamente político, como correspondía a una situación en la cual la sociedad española llevaba ya dos mayorías absolutas consecutivas de Felipe González; además, de los 38,6 millones de habitantes que tenía España entonces, al menos ocho no podían tener el menor recuerdo personal de la dictadura, por simples razones de edad. La política, como pasa siempre en democracias consolidadas, deja de ser un asunto apasionante para convertirse en una costumbre, en una circunstancia. No siempre agradable.
Tiempo, pues, añadió o potenció secciones como cultura, espectáculos, economía, sucesos, deportes y, con enorme puntería informativa, la llamada crónica rosa o del corazón (los más veteranos de sus profesionales siguen calificándola, aún hoy, de crónica social), hasta entonces patrimonio casi exclusivo de las publicaciones especializadas y que en pocos años se convertiría en objeto del interés de millones de personas. La dirección de Oneto coincidió con el esplendor y caída de lo que muy pronto se llamó el felipismo. El segundo director de la revista, uno de los hombres mejor informados de España, supo mezclar información de primer nivel con portadas mucho más veraniegas, y se esforzaba por ofrecer no solo la información completa sino los elementos esenciales para su comprensión y análisis: lo que solía llamar todas las claves del hecho a tratar.
Imagen de la segunda redacción: la que dirigió Oneto desde 1987.
Las grandes noticias de aquella década son incontables, pero merece la pena destacar, entre cientos, la publicación de las cartas de Rafi Escobedo (el célebre caso Urquijo: un suceso que estremeció al país); los primeros y cochambrosos escándalos que sufrieron los servicios secretos, con las orgías de medio pelo del superagente Juan Alberto Perote; la caída de Mario Conde, la revelación de cómo funcionaba la mafia de las pateras en Marruecos, las investigaciones sobre el poder del Opus Dei, la cutrez de los casos Roldán y Dioni, desde luego el derrumbamiento del mundo soviético y, como es lógico, los latigazos de los primeros casos de corrupción política y económica, singularmente los GAL. Oneto, que colocó la revista en una difusión media de 180.000 ejemplares semanales, dejó la dirección entre unas lágrimas que nadie que las viera podrá olvidar fácilmente. Asensio necesitaba en los informativos de Antena-3 Televisión de la misma sabiduría con que el gran gaditano había llevado a la revista a lo más alto, coronado Pepe siempre por su célebre flequillo egipcíaco (imperturbable ante el paso del tiempo, como las pirámides). España estaba cambiando y el periodismo también.
Después de 14 años de felipismo, como se le llamaba, José María Aznar había llevado al PP a La Moncloa gracias a una cantidad de votos muy exigua, pero con un ímpetu contenido durante años. Algo más, sin embargo, había empujado a los conservadores hacia el Gobierno; algo que no se había visto en España desde la extinción de algunas publicaciones de extrema derecha que sobrevivieron a la muerte del dictador.
Numerosos medios -no todos, desde luego- decidieron dejar de considerar a la totalidad de los ciudadanos como sus posibles clientes y buscar solo y nada más que aquellos que defendían ciertas ideas políticas. La prensa de partido, que nunca había desaparecido del todo, regresó con fuerza a mediados de los 90; y lo hizo, en su inmensa mayoría, para apoyar a Aznar. Es cierto que la mayoría conservaba aún lo que se ha llamado la “vergüenza informativa”: el cuidado porque prevaleciese la información sobre la opinión en lo que se publicaba, siquiera algunas veces. Pero ese último pudor profesional, que se terminaría de perder en la década siguiente, no bastó para que los periodistas y medios partidarios de Aznar transgrediesen límites que no se habían rozado nunca desde la Transición. Y, esto desde luego, todos puestos de acuerdo.
Antonio Asensio Mosbah, quinto por la izquierda, presidió la gala que se celebró con motivo del 25 aniversario de la revista. A su derecha está Francisco Matosas, por entonces presidente del Grupo Zeta. Junto a ellos, Felipe González, Valentín Fuster, Serrat, Carmen Calvo y Sabina.
Tiempo, bajo la dirección del asturiano Pedro Páramo Lobeto (amigo y mano derecha de Pepe Oneto), no se sumó a la corriente de la prensa de trinchera. Hizo algo mucho mejor: contarlo. Si a Oneto, en sus últimas semanas como director, le habían amenazado con la cárcel los recién llegados al poder porque Tiempo, como todo el Grupo Zeta, seguía fiel a sus principios fundacionales y se negaba a mostrarse sumiso y servil con los que irrumpían para mandar, Pedro Páramo logró algo parecido al juicio de Dios cuando publicó una inolvidable y extensa entrevista hecha precisamente a uno de los conjurados: Luis María Anson. El antiguo director de Abc reconoció con toda claridad que sí, que había habido un acuerdo entre varios periodistas (él no lo quería llamar conspiración: fue el único) para elevar el “listón de la crítica” hasta niveles tan inauditos que se llegó a “poner en peligro la estabilidad del Estado”, como él mismo reconoció. Además dio los nombres y los apellidos, los lugares, las fechas y las circunstancias: todo.
La tercera redacción, la que dirigió Pedro Páramo entre 1996 y 1999.
Curiosa invasión. Aquella entrevista, publicada en el legendario número 825 de Tiempo (salió el 23 de febrero de 1998: vaya fecha), provocó una crisis personal muy seria entre los aludidos… y una escena muy difícil de olvidar, porque cierta mañana, a eso de la una del mediodía, numerosos camareros ataviados con librea y entorchados dorados invadieron la redacción y sirvieron ceremoniosamente a los atónitos periodistas ingentes cantidades de canapés exquisitos, vino excelente y cava. Había que celebrar un éxito de ventas tan clamoroso que, desde la altura de estos 30 años, debe calificarse, sin rubor, de histórico.
El breve tiempo que Agustín Valladolid ocupó la dirección de la revista (menos de un año, entre 1999 y 2000) fue el de la modernización. España ya no era la de 20 años antes. Prácticamente todos los periodistas teníamos no solo teléfono móvil sino conexión a Internet, lo mismo en la redacción que en casa, y empezábamos a constatar que las noticias salían antes en la pantalla del ordenador que en el periódico, la televisión, el teletipo o incluso la radio: estaba claro que el nuevo medio iba a darle la vuelta a muchas antiguallas.
Imagen de la redacción en 2002, con Jesús Rivasés de director.
Valladolid apostó por tres cosas: un estilo informativo mucho más directo y audaz, que cuidaba tanto la calidad de la escritura como el diseño de la revista, auténticamente rompedor y no siempre fácil de manejar. En segundo lugar, se redobló el esfuerzo en un nuevo atractivo a la hora de estar presente en los quioscos: las promociones, que habían empezado en los tiempos de Oneto y se habían multiplicado en la etapa de Pedro Páramo. Fueron pasando de los hoy prehistóricos vídeos en VHS al hoy habitual DVD, ya en la época de Jesús Rivasés. Algunas de esas promociones fueron resonantes éxitos. Y, en tercer lugar, Tiempo empezó a hacerse un sitio en la Red, lo mismo que todo el Grupo Zeta. El desafío era tan apasionante que Valladolid, sin desvincularse nunca de la cada vez mayor y más variada “casa común” que había levantado Asensio, decidió dejar la dirección para dedicar todo su tiempo a los nuevos medios digitales. Tiempo iba, pues, hacia delante.
El aragonés Jesús Rivasés, que pertenecía a la redacción fundadora, fue el último director de Tiempo elegido por Antonio Asensio. Un tumor contra el que nada pudo hacerse se llevó al inolvidable fundador del Grupo Zeta el viernes 20 de abril de 2001. Rivasés fue quien hubo de llevar la revista por los primeros pasos del nuevo milenio, que vivieron la segunda victoria de Aznar, esta vez por mayoría absoluta, y la conmoción mundial que supusieron los atentados del 11-S, seguidos de la irrupción de Al Qaeda como enemigo de todo ser humano que no compartiese su fanatismo político-religioso. El mundo empezaba a parecerse a lo que hoy está terminando de ser y la receta de Rivasés para contarlo fue la que debía ser: reforzar las señas de identidad de la revista, su independencia y su rigor. Él mismo lo dijo en la celebración del número 1.000, que Antonio Asensio no pudo ver por muy poco: “Buenos reportajes, temas de investigación, descubrimiento de los protagonistas de la actualidad, ir más allá de la noticia y servicio a los lectores”. Y añadió, contundente: “Y exclusivas”.
Vaya si las hubo. Después de una temporada de dificultades, Tiempo volvió a triplicar en venta de ejemplares a su inmediato competidor. Razones había: ningún medio logró tener mejor y más rápida información sobre algo que interesaba a todo el mundo, como la famosa novia noruega del Príncipe de Asturias, Eva Sannum; nadie había publicado los textos esenciales del célebre libro perdido del profeta del nacionalismo vasco, Sabino Arana, en el que se decían hilarantes atrocidades sobre España y sobre los españoles; y, por supuesto, ningún otro medio informó con tal abundancia y rigor sobre lo que tramaba Al Qaeda en Europa… y en España. Los nombres de algunos de los que serían principales criminales del 11-M aparecieron en Tiempo por primera vez. Y bastante antes de aquella fecha horrible.
La redacción, durante la fiesta que se celebró en 2007 por los 25 años.
La llegada del leonés Jesús Maraña (otro veterano del Grupo Zeta) a la dirección del semanario siguió en pocos meses a la victoria de José Luis Rodríguez Zapatero en las elecciones del 14 de marzo de 2004. Le tocó un momento complicado, porque fue cuando se desató, con una virulencia nunca vista en España desde la Segunda República, el fenómeno de la prensa combatiente, la prensa de partido o de trinchera que no toleraba ni matices, ni maneras diferentes de ver las cosas, ni neutralidades. A los independientes se les empezó a llamar traidores a esto o a lo otro. Desde algunos medios impresos, y singularmente desde algunas emisoras de radio, se inició una campaña contra los nuevos gobernantes que logró volver a partir en dos a la sociedad española, algo inédito desde la Transición.
Cuando Maraña aceptó la subdirección de un diario ya desaparecido y militante con las ideas de izquierda, los responsables del Grupo Zeta, con Antonio Asensio Mosbah a la cabeza, vieron claro que el mundo de la información estaba volviendo a cambiar, que lo esencial empezaba a ser -y vaya si lo seguiría siendo- la información económica, y llamaron a quien ya había demostrado que sabía hacer las cosas. Y Jesús Rivasés se convirtió en el primer periodista que ha ocupado por dos veces la dirección del que, hasta hoy, sigue siendo el semanario de información general más vendido e influyente de España.
El presente cambiante. Antonio Asensio Mosbah, hijo del fundador del Grupo Zeta, es el símbolo del tiempo actual. Su vida es casi exactamente la de la revista: nació cuando Tiempo era apenas una separata encartada en otra revista y ha vivido la trayectoria del semanario al tiempo que la suya propia. Está al frente del Grupo Zeta -el sueño de su padre- desde hace ya 11 años y su estilo no podía ser sino el que es: audaz, juvenil y animoso, basado tanto en la experiencia como en la falta de complejos y de temores a la hora de dar saltos hacia delante. Precisamente, una de sus primeras decisiones al hacerse cargo del grupo fue nombrar a Miguel Ángel Liso director Editorial y de Comunicación.
Asensio Mosbah es hijo de su padre y se le nota: en muchas reacciones se parecen. Así, la fórmula que Asensio Mosbah aconsejó a Rivasés cuando este llegó a la dirección por segunda vez, en 2007, no podía ser sino básicamente la misma que el propio Rivasés anunció en aquella celebración del número 1.000. Pero la información económica ha robado protagonismo a todas las demás, como no podía ser de otro modo en una época en que la crisis más devastadora que ha vivido el mundo desde la Gran Depresión de 1929 está tumbando gobiernos, volatilizando empresas y agigantando las colas de parados.
Los principios son los mismos en un mundo convulso que cambia drásticamente cada día que pasa. La revista quiere ser hoy, según su director, “una discusión inteligente sobre la realidad” que se basa en lo que siempre se ha basado: la información y el análisis, el rigor y la pluralidad de opiniones. Pocos medios quedan ya en los que el lector puede enterarse de lo que pasa, y no de lo que quiere que le cuenten y cómo quiere que se lo cuenten.
Así, con el espíritu de estos últimos (o primeros) 30 años, Tiempo ha sacado a la luz los diarios perdidos de Niceto Alcalá Zamora; el declive del exduque de Lugo, Jaime de Marichalar; en su día, el patrimonio oculto de Francisco Correa, cabecilla de la trama Gürtel; o la realidad, con nombres y apellidos, de la masonería española. Entre muchas noticias más que exceden el espacio de esta memoria histórica y que los lectores buscan hoy no solo en la revista de papel, sino en una página web cuyas visitas no dejan de aumentar.
Esto no se para ni se estanca. Tiempo, por ejemplo, se ha vuelto a mudar: desde febrero de 2012 ocupa, con el resto del Grupo Zeta en Madrid, un moderno edificio en la calle de Orduña, lejos de los agobios de un centro urbano cuya inmediatez han hecho innecesaria las nuevas tecnologías.
Muchos cambios ha habido desde aquel primer Tiempo de hace tres décadas… pero queda, en realidad, todo. Porque permanecen las ideas que estableció Antonio Asensio Pizarro y que hoy impulsa su hijo. Permanecen la voluntad de informar con rigor, la profesionalidad, la independencia y el pluralismo. Y permanece, antes que ninguna otra cosa, la credibilidad de un semanario que lleva 30 años, semana tras semana, protegiéndola como su mejor tesoro.
Pues es eso: nada más ¡y nada menos! que eso, es lo que pensamos seguir haciendo en el futuro. Y estamos orgullosos de no querer hacer otra cosa.