Los masones más influyentes de España

8 de mayo de 2009 . Los masones siempre han estado rodeados de cierto misterio y los medios de comunicación no siempre han conseguido tener acceso a ellos. Sin embargo, ‘Tiempo’ logró, gracias al periodista Luis Algorri, fotografiar a los diez más importantes de España. Se trata de una exclusiva que aún hoy sigue siendo la más leída en la página web de la revista.

¿Poder? ¿La masonería española de hoy? ¿De qué me está hablando? La masonería no tiene ningún poder público, si se refiere a eso. Afortunadamente. No es ese nuestro papel. No buscamos el poder”.

 

El maestro masón Javier Otaola, abogado, escritor, filósofo, síndico-defensor del Ciudadano en Vitoria, ex gran maestre de la Gran Logia Simbólica Española (GLSE), habla completamente en serio. Sabe que contradice de manera frontal lo que mucha gente, aún la mayoría de la sociedad española, piensa sobre la masonería; también sabe que esa es una realidad que tiene un remedio trabajoso y, sobre todo, lento. Pero Otaola, sin duda uno de los masones más influyentes de España, es muy claro. La masonería ni tiene ni busca lo que se entiende por poder. Y quien diga lo contrario –insiste–, o se equivoca o falta interesadamente a la verdad. Los masones españoles saben que esto último es muy frecuente cuando ciertas personas hablan de ellos.

 

Francia: 250.000 masones, entre ellos dos ministros y el jefe de Gabinete del presidente de la República. Estados Unidos: más de cinco millones de masones, y además 15 de los 44 presidentes que ha tenido. Entre ellos, el primero, George Washington, y también Adams, los dos Roosevelt, McKinkley, Truman y Ford. Gran Bretaña: 700.000 masones, y la orden está históricamente vinculada a la Casa Real. México: medio millón. Noruega: 16.000 sobre 4,7 millones de habitantes. Portugal: unos 20.000.

 

¿Y España? A fecha de hoy, unos 4.000 masones –aunque el crecimiento está siendo espectacular en los últimos meses– repartidos en casi dos centenares de logias que, a su vez, se agrupan en 13 obediencias o grandes logias distintas, algunas muy pequeñas. Desde la recuperación de la democracia, hace 30 años, solo ha habido un ministro español abiertamente masón: el socialista canario Jerónimo Saavedra, hoy alcalde de Las Palmas. Se habla de ciertos altos cargos, de algún consejero autonómico, incluso de militares de elevada graduación. Pero no hay nada claro porque muchísimos masones españoles mantienen hoy en secreto su condición de tales. Algo inconcebible no ya en Estados Unidos o en el Reino Unido sino en la inmensa mayoría de los países con larga tradición democrática. En España, muchos masones callan su condición de hermanos por razones muy diversas. No pocos, porque viven la masonería como un camino de perfeccionamiento interior, algo estrictamente privado que no tienen por qué comunicar a nadie.

 

“Yo no hablaría del poder, que ni lo tenemos ni lo buscamos, sino de la importancia  de la masonería. Pero es verdad: en España esta importancia no puede compararse con la que tiene nuestra sociedad en los países de nuestro entorno. Es cierto que estamos creciendo mucho, porque la sociedad española ha cambiado: ahora es claramente plural, democrática, abierta y acepta todos los puntos de vista. Pero no podemos olvidar que la masonería se legalizó en España después del franquismo, hace 30 años. Los masones franceses celebraron hace poco su 275 aniversario. No nos podemos comparar. La masonería solo puede desarrollarse en democracia. En las dictaduras, sean del tipo que sean, se asfixia. Eso es lo que ha pasado aquí”.

 

Quien habla así es Jordi Farrerons Farré, 58 años, periodista prejubilado de RTVE y actual gran maestre de la GLSE. Será relegido en la asamblea general que esta obediencia masónica, la más numerosa de España de cuantas mantienen un carácter liberal y adogmático, celebrará en Madrid el próximo 6 de junio. Y es uno de los puntales del Espacio Masónico Ibérico, órgano que cuatro obediencias liberales (la GLSE, el Gran Oriente de Francia, la Federación del Derecho Humano y la Gran Logia Femenina) crean este 9 de mayo. Farrerons alude a la persecución que la masonería sufrió en España durante toda la dictadura franquista: la más cruel y larga que ha padecido la sociedad masónica en todos los países del mundo durante sus casi 300 años de historia moderna. Ni Hitler, ni Mussolini, ni Stalin; ni siquiera los papas, en la medida en que pudieron –y en ocasiones pudieron mucho–, persiguieron a los masones con la saña de aquel general sublevado en 1936 que, como cuentan los historiadores Xavi Casinos y Josep Brunet en su libro Franco contra los masones (Ed. Martínez Roca, 2007), habría intentado hacerse masón dos veces, la primera en Larache (Marruecos) y la segunda en Madrid. No fue admitido: se le notaba demasiado que su único interés era medrar en el Ejército, donde había no pocos masones.

Rodrigo Alemán es uno de los diez protagonistas del reportaje.

El resultado de aquel rechazo fue espeluznante. Franco no lo perdonó en todos los días de su vida. Entre 1939 y 1975, cerca de 16.000 españoles perdieron la vida acusados del delito de masonería. En los archivos de Salamanca se conservan más de 80.000 fichas que corresponden a otras tantas personas que fueron represaliadas –cárcel, exilio, pérdida del trabajo…– por ese motivo. Lo tremendo es que, cuando Franco se sublevó, no había en España más allá de 6.000 masones.

 

“En realidad fue lo único que a Franco le salió bien”, ironiza Nieves Bayo, gran maestra adjunta de la GLSE: “Hoy, en España, no sorprende a nadie que uno sea comunista, feminista, nacionalista, homosexual o cualquier otra cosa de las muchas que persiguió aquel señor. Pero los masones seguimos estigmatizados. Ahora, yo creo que ya está bien de poner a Franco como disculpa para explicar cómo nos va. Ese señor lleva muerto 34 años. Deberíamos fijarnos más en nuestros propios errores. Y, por otro lado, yo creo que la culpa del… vamos a llamarlo mal nombre que sigue teniendo la masonería entre muchos españoles, no es tanto de Franco, que ya digo que se murió hace mucho, como de la Iglesia, que no se ha muerto, claro. A poco que rasques, España sigue siendo católica, apostólica y romana. Y la jerarquía de la Iglesia persigue a la masonería moderna casi desde el mismo momento en que esta se constituyó, tres siglos va a hacer. ¿Por qué? Pues es muy sencillo. Porque esa jerarquía no admite a un grupo de personas que acepte todas las religiones, que busque el perfeccionamiento ético del ser humano sin tener que obedecerles a ellos, que no imponga ni soporte dogmas, que defienda la libertad de conciencia y el pensamiento libre, que no se crea en posesión de la verdad… Ahí está el asunto, mucho más que en Franco”.

 

José Carretero Doménech, aparejador, es masón desde hace 35 años y acaba de cumplir tres como gran maestro de la Gran Logia de España (GLE), la obediencia más numerosa del país. Sonríe: “Esa manera de pensar tan negativa está cambiando. Tiene usted que saber que en la dictadura de Franco se publicaban libros en los que se decía que los masones, en nuestras tenidas, devorábamos niños. A mí me han llegado a preguntar, completamente en serio, que si es verdad que comemos niños y adoramos al diablo. Eso, me parece, ya no lo piensa nadie, pero… Yo empleo muchísimo tiempo en intentar que la opinión negativa cambie. Y no me dedico a publicar muchas cosas en los periódicos, como hacen otros masones, sino a hablar con la gente que crea opinión. Cuando a un periodista serio o a un político le dices que la mayoría de los militares norteamericanos de la OTAN son masones, y que no pasa nada por eso, es fácil que su manera de ver las cosas mejore mucho”.

 

Miguel Ángel Foruria, navarro de 60 años, gran maestro provincial de la GLE en Madrid, resume con una sola frase esa leyenda negra que habla de comeniños, profanadores de hostias, adoradores de cabras luciferinas y eternos conspiradores para derribar gobiernos; es decir, todo lo que repiten sin cesar, incluso hoy, conocidos historiadores: “Nada que no se cure en el sillón de un psiquiatra”.

 

El escritor Ignacio Merino, director de comunicación y gran consejero de la GLSE, tampoco tiene muchas contemplaciones: “Son majaderías propias del espíritu mezquino y cotilla que aparece cuando algo no se conoce bien… o se condena sin querer conocerlo”.

 

Pero, ¿qué es la masonería? José Carretero (GLE) ofrece una definición de la masonería que coincide, en lo esencial, con la de todos los demás: “Es un grupo de personas que se llaman hermanos y que se reúnen para lograr su perfeccionamiento personal y, a consecuencia de eso, la mejora de la sociedad.

 

Así pues, estamos ante un grupo de personas que se reúnen más o menos cada 15 días; que trabajan con la razón pero también con símbolos; que mantienen, dentro de la estricta democracia interna, una estructura jerárquica basada en tres grados sucesivos (aprendiz, compañero y maestro); que usan ritos y ceremonias muy antiguos, y todo con el objetivo esencial de perfeccionarse a sí mismos mediante el ejercicio minucioso del diálogo, el respeto y la profundización en los valores ilustrados de la convivencia y la filosofía.

 

El problema: la división. Y, sin embargo, los 4.000 masones españoles están seguramente más divididos que en ningún otro país del mundo. Cuando un ciudadano, después de un difícil proceso de entrevistas y pruebas que dura más o menos un año, logra ser iniciado francmasón, se integra en una logia como aprendiz. Esa logia forma parte de una obediencia o gran logia, y hace sus reuniones o tenidas siguiendo un rito. Hay dos grandes grupos. Por un lado están los masones regulares, los de la GLE, los más numerosos, relacionados con la Gran Logia Unida de Inglaterra, que creen en un Dios revelado y en la inmortalidad del alma, algo que sorprende muchísimo a la gente que piensa que todos los masones son ateos y comecuras. Los otros, los masones liberales, de tradición francesa, pueden creer o no en el que llaman Gran Arquitecto del Universo (un concepto que cada cual puede interpretar como quiera). Sí admiten ateos… y, casi todos, también chicas. Los regulares reconocen que es un debate abierto, porque se trata de una tradición de principios del siglo XVIII: el pastor Anderson, fundador de la masonería moderna, definió en 1723 que un masón es un “hombre libre y de buenas costumbres”. Algunos liberales que aún no admiten mujeres como el Gran Oriente de Francia (GODF), podrían cambiar de actitud: muchos están convencidos de que hoy Anderson habría escrito “persona” y no “hombre”.

 Portada del 8 de mayo de 2009